Recuerdo como si hubiera sucedido ayer la primera vez que entré en contacto con una guitarra. Tenía trece años, regresaba a casa una tarde cuando vi en un banco a un chico rubio con cara de buena persona intentando arañarle algun acorde a un vetusto instrumento heredado. Se llamaba Hector, y uno de los chavales que le acompañaban era el que sería con el tiempo mi mejor amigo y confidente, Miguel. Mi mundo cambiaría para siempre a partir de ese momento.
Nos hicimos íntimos, casi hermanos, y al poco tiempo tanto Miguel como yo conseguimos, no sin pocos impedimentos en nuestras casas, hacernos con nuestras respectivas guitarras. Guitarra que aún conservo y en la que descansan muchos de los motivos que nunca me permitieron abandonar.
Años más tarde Hector desaparecería sin dejar rastro, en el barrio nos contaron que habían trasladado a su padre en su trabajo y se habían marchado casi de un día para otro y sin avisar. Miguel solía decir que no pasaba nada, que un día llamaría o volvería a vernos, pero nunca lo hizo.
Pasó el tiempo, unos cinco años, y una mañana de sabado el padre de Miguel, tras escuchar una conversación nuestra en la que hablabamos de que Hector alguna vez había comentado que sus tíos tenían un restaurante en un pueblo cercano de la costa se ofreció a llevarnos hasta allí para intentar dar con alguien que nos pusiera sobre su pista.
Tras horas buscando el dichoso restaurante, del que ni siquiera sabiamos el nombre, vencidos, decidimos desistir e irnos hacia el coche para volver con la sensación de haber perdido el tiempo, cuando vimos a lo lejos a un muchacho con una guitarra bajo el brazo cruzando por un paso de cebra. Eso le delataba, Hector siempre parecía no saber que las guitarras se podían guardar en fundas para salir a la calle.
Y así de nuevo volvimos a estar juntos los tres, al menos por unas horas. No hubo preguntas incomodas, ni reproches, no importaba nada, tan solo disfrutar de aquella tarde, convertirla en perfecta. Volvimos con la falsa impresión de haber cerrado el circulo, nada más lejos de la realidad. Hector no tenía teléfono, y los móviles entonces no existían. Nunca le volvimos a ver.
Hace un par de noches que la idea de coger el coche, tantos años despues, y hacer un nuevo intento me ronda la cabeza, tan solo estoy a una hora de allí. Quisiera verle de nuevo, saber como está, contarle que Miguel ya no puede acompañarme, que hace ocho años que nos dejó.
Aunque por otro lado tambien pienso que las cosas del pasado hay que saber dejarlas, moribundas y eternas, justo en el lugar donde se quedaron.
Los años perdidos
lunes, 28 de julio de 2008
Publicado por almayciudad en 17:03 10 alma/s en esta ciudad
Peter Bruntnell
domingo, 27 de julio de 2008
Publicado por almayciudad en 14:37 5 alma/s en esta ciudad
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